martes, 11 de julio de 2017

Los pescadores


Llegan uno tras otro, apenas asoma el anochecer, y se instalan en el ancho muro del malecón habanero, desde la intersección de la calle G y Malecón hasta el  hotel Riviera. Son una presencia familiar, sin la cual el paisaje nocturno de la capital cubana estaría incompleto.
Algunos son viejos conocidos. Tienen brazos fuertes, nervudos, surcados por  tendones que sobresalen y delatan su condición de pescadores aficionados, diestros en preparar sus avíos y lanzar la caña  en cuyo extremo inferior sobresale el anzuelo cebado con una carnada no siempre ideal hasta que emerge ese pez de orilla, el agujón, el preferido para seducir y atrapar a los ejemplares más codiciados. Ahora sí, murmuran para sí mismos, llegó la hora
Ya entregados en cuerpo y alma a la espera del sobresalto de la carnada, suelen mantenerse silenciosos, mirando de reojo a sus colegas nocturnos, afanados como él en la captura de esos peces que engalanarán  al día siguiente la mesa familiar,  asados o fritos - iluminándola con su resplandor dorado y su aroma perturbador-, acompañados de alguna salsa preparada por el ama de casa o, quizás, por aros  fragantes de cebolla blanca o morada.
A veces, si la suerte no los favorece, suelen conversar entre ellos. Pero cuando les sonríe dan cuenta inmediata de sus victorias: una buena captura de sábalos, parcos o hasta barracuda, presumen, y los muestran. Mientras, los menos afortunados guardan un silencio hermético. Como aquel viejo pescador de la novela de Hemingway, no cejan en su empeño, absortos, inabordables.
Los habaneros no sólo van al malecón a disfrutar de ese balcón  enorme por donde entra todo el mar del Caribe, admirar a las paseantes bonitas o a romancear con sus parejas. También van a disfrutar del hermoso paisaje de esos pescadores atentos al sobresalto de la caña que sostienen en sus manos.

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