Hicieron su aparición, casi tímidamente, a
mediados de los años 30 del siglo
pasado, pero ya en los 50 las pastas italianas habían sentado plaza en Cuba con
restoranes en el Vedado y otras zonas habaneras como Doña Rosina, Montecatini y la Picola
Italia, que se preciaban de rendir tributo a ese tipo halagüeño de comidas.
A fines de los 50, los macarrones ya habían entrado de lleno,
incluso, en el menú doméstico, en el interior de la isla, como un recurso caído del cielo cuando la necesidad
imponía ahorrar y, a su vez, sacar el máximo partido al presupuesto doméstico.
Lo curioso es que, aderezados sólo con salsa de tomate y cebolla, solían
acompañarse de arroz blanco y ensalada de aguacates caídos mansamente de los
árboles sembrados en el patio casero.
Algunas amas de casa le añadían un codiciado
regalo extra al menú: plátanos maduros fritos.
Las pizzerías y las pizzas comenzaron a ganar
popularidad por esa misma fecha, sobre todo en la capital cubana, pero su
apogeo emergió, en toda la isla, durante los años 60 –según testimonios de
historiadores- con la apertura de pizzerías en las que degustar pizzas
adaptadas al gusto cubano, de menor diámetro que las italianas pero esponjosas y jugosas, enriquecidas con la
dosis exacta de queso parmesano y puré de tomate.
Proliferaron
como alternativa alimentaria, en la época en que Estados Unidos apretó
el cerco de su bloqueo contra la isla y, asu acogida masiva, contribuyeron los
precios más que asequibles (un peso y 20
centavos en la moneda de la época). Se ofertaban, a la par, suculentos
espaguetis y lasañas al estilo criollo. Una
verdadera tentación.
Apadrinada por la población, la pizza pasó a ser, desde entonces, ese plato
rápido, sustancioso y económico, ansiado por todos, casi embriagador como el
más selecto de los vinos.
Hoy en todo el territorio cubano y en las
barriadas de la capital habanera abundan las pizzerías populares, donde usted puede satisfacer su apetito antes
de llegar a casa o llevar el manjar consigo y degustarlo en familia en el
hogar.
Las hay de jamón, de mortadela, de cebolla, de
ají pimiento e incluso la variante conocida como Margarita, con un rociado de
albahaca y orégano, a voluntad, que les otorga un aroma y un sabor deleitoso,
exótico.
En los supermercados estatales son frecuentes
las ofertas -a precios asequibles- de bolsas con la masa de harina y levadura lista para cocinar la pizza familiar, y también otras con esa masa dividida en porciones individuales, ideal para
las famosas pizzetas, si prefiere esa variante en las meriendas de fines de semana o para una comida ligera al atardecer.
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