miércoles, 8 de marzo de 2017

Los almendrones cubanos




Son viejos Chevrolets y Buicks descapotables, con más de medio siglo de existencia. Se les ve desfilar por La Habana remozados, sin ruidos perturbadores, deslizándose por el asfalto en un ir y venir majestuoso, rodando sin contratiempos,  con asientos confortables y una carrocería resplandeciente, recién pintados y decorados al gusto de sus dueños.
  
Han sobrevivido con piezas adaptadas de otros autos más modernos, con motores de tractor o refrigeradores rusos y chinos, y otras adaptaciones nacidas del ingenio criollo.
Antes se concentraban en los alrededores del centro histórico habanero, pero hoy usted los puede encontrar en cualquier calle capitalina, con preferencia en las avenidas G, Paseo y otras que desembocan en el malecón capitalino.

Los turistas los prefieren para recorrer la ciudad, tomar fotos y palpar de cerca la vida cotidiana de los capitalinos, escuchar el murmullo de las conversaciones, disfrutar el fresco de los arboles rumorosos de la ciudad, la música que se filtra desde cualquier casa, los tambores percutientes, el rasgueo de una guitarra.

Con las capotas alzadas, aunque haya un sol reverberante, los visitantes venidos de otras latitudes abordan los viejos autos, sin preocuparse de los hervores de una primavera o verano candentes; disfrutando el milagro de estas reliquias y admirando la paciencia de sus dueños, de los mecánicos que no se resignaron a su deterioro y los fueron rescatando hasta convertirlos en museos rodantes.

Los cubanos los llaman “almendrones”, y es frecuente que alguna vez sus pasajeros sean jóvenes quinceañeras que festejan así esa “edad primaveral, de toso los sueños” o parejas de novios que se trasladan a algún Palacio de los Matrimonios para sellar así, ante notario, una unión, quizás, para toda la vida.




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