El bolero ha tenido siempre una
presencia permanente entre los cubanos, aún en los tiempos del rock puro y
duro, cuando los adolescentes, seducidos por el nuevo ritmo, dejaron un poco a
un lado lo que dieron en llamar “bolerones”.
Pero pasado el furor desatado,
primero por Elvis Presley y luego por los Beatles y los Rollings, el bolero
siguió su propia vida paralela, pronto a surgir cada vez que el amor
despuntaba, no importa que algunos disimularan su apego llamándolos “boleros de
bares y cantinas”, en un intento vano de disminuirlos.
Lo cierto es que cuando el
romance tocaba a las puertas, todos
retornaban a esas letras y melodías insustituibles, la vuelta a ese
género cuya paternidad los mexicanos se empeñaron en disputársela vanamente a
los cubanos.
Hoy el bolero hace tiempo recobró su poderoso influjo, con
un sitio propio que le rinde culto en La Habana, Dos Gardenias, inspirado en el
nombre de uno de los títulos más famosos de Isolina Carrillo.
A su auge contribuyeron
compositores como Marta Valdés, José Antonio Méndez, “el ronco maravilloso”, Gerardo
Piloto y Alberto Vera o César Portillo de la Luz con su feeling; una cantante
de la estirpe de Omara Portuondo, y
nuevas voces como las de Eduardo Sosa, Luna Manzanares y Leo Vera.
Cuenta, además, con un espacio
televisivo cuyo sólo título, Boleros, basta para convocar a una teleaudiencia
masiva. Es un género que no morirá nunca mientras el amor, como sostenía Dante
Alighieri, sea esa fuerza capaz de mover “el sol y las otras estrellas”.
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