jueves, 8 de diciembre de 2016

Dominó, el juego favorito de los cubanos




La cita es casi siempre al atardecer. A esa hora en los portales, en los parques de las barriadas habaneras o en cualquier espacio mínimamente disponible, se instalan las mesas para volcar sobre ellas las piezas de dominó, el juego favorito de los cubanos.
Las parejas se alistan para iniciar la primera ronda, mientras las fichas, vueltas hacia abajo, aguardan la mano que las disperse, en bullicioso revoltijo, para que cada jugador elija al azar las suyas y tome posición frente al dúo contra el cual librará la contienda.
Suele ser una batalla apasionada, rodeada de curiosos y aficionados que siguen el juego en silencio o a gritos, discuten y comentan  las incidencias de la partida, como si en ello les fuera la vida. Los lances de los perdedores,  renuentes a aceptar su derrota, son juzgados sin piedad, con humor punzante.
A los desafortunados les queda, como consuelo, el sabor agridulce de una próxima revancha. El desquite, argumentan, está a la vuelta de la esquina. El escenario se repite de uno otro extremo a otro de la isla,  sin distingo de edades o profesiones.
El dominó anuda lazos de solidaridad, complicidad y amistades para toda la vida, en medio de un ambiente de fiesta, sin que lo perturben las discusiones y discrepancias, tan acaloradas como fugaces.
Forma parte de la idiosincrasia nacional y a su seducción no escapan las mujeres, en número cada vez más creciente, a veces más dotadas que sus competidores masculinos.  El dominó se pone más sabroso cuando juegan las mujeres, afirma el pintor Eduardo Roca (Choco).

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