Los cubanos
esperan cada 31 de diciembre, y con él la llegada de un nuevo año, en reuniones
familiares y en compañía de amigos, con intercambio de abrazos y buenos deseos,
al filo de las 12 campanadas preludio de los 12 meses que recién comienzan.
Desde
mediada la tarde, la reunión empieza animarse mientras el aroma del cerdo asado
en el horno anticipa el disfrute de la
cena nocturna, acompañada del típico congrí de frijoles negros, yuca con mojo o
tostones (plátano verde en rodajas, pasado por manteca caliente, luego
aplastado con un mortero y devuelto a la grasa ardiente para dorarse), ensalada
de tomates, lechuga fragante y ajiés pimientos asados.
Entretanto
avanza en la cocina la cena, los futuros comensales organizan partidos de
dominó -el juego de mesa favorito de los cubanos- intercambian
recuerdos, propósitos y metas para el 2017, escuchan sus boleros preferidos y
rememoran las experiencias vividas.
Algunas amas
de casa se aventuran a preparar aperitivos poco usuales como la berenjena cortada
en cuadritos (con su cáscara), puesta en cocción lenta en una cazuela
ligeramente untada con aceite de oliva para que se cocine en su jugo sin
desmenuzarse. Luego la sirven con un rocío de cebollas ralladas, puestas
previamente en agua para que pierdan un poco de su saber picante.
Eso, junto a
lascas pequeñas de queso, para que los comensales incentiven su apetito y, a la
vez, lo preserven para la sabrosa cena que los aguarda. El lechón espera, en
tanto, paciente. Pronto será el rey de la mesa.
Una vez
concluida la cena, el tic tac del reloj mantiene en vivo a los comensales.
Luego el clamor: Bienvenido 2017.